lunes, 7 de julio de 2008

Gandalf versus Saruman



21 de junio de 2008
Nueva España 0 – Almería 1

Para Mariano que habría disfrutado la gesta

Hay partidos que trascienden su destino original y se convierten en verdaderas batallas en las que la derrota está prohibida.
Y el del sábado fue uno de esos partidos.
Jugamos contra un rival que utiliza la marrullería por sistema. Cada choque en que salían mal parados era una excelente oportunidad para lanzar una alarido lastimoso. Daban patadas y escondían la pierna. Recurrían al insulto barato como una supuesta forma de intimidación.
Aquí una muestra del alcance mental de nuestro rivales: corría el minuto quince del primer tiempo, íbamos cero a cero, y entonces acusaron a Carlos de estar haciendo tiempo por solicitar el cambio de un balón inservible.
¡Quién en su chingado-sano-y-puto-juicio puede pretender hacer tiempo a esas alturas del partido! ¡Y encima contra el Nueva España! ¡De qué sirve un empate contra el antepenúltimo lugar de la tabla!
Hay partidos que se convierten en una lucha entre el bien y el mal. Gandalf contra Saruman. El Correcaminos contra el Coyote. Lo que se juega va más allá de los tres puntos. En cada lance hay que arriesgarlo todo.
Hoy es martes, han pasado tres días del silbatazo final y yo aún no puedo saber qué parte de mi cuerpo está en peor estado: si la clavícula derecha que me saluda con un ¡click! poco amistoso cada vez que estiro el brazo, o si el muslo, también derecho, que siento duro como una lámina, tal y como si el partido hubiera terminado hace apenas diez minutos.
Es probable que el sábado contemple el importante partido contra el Chinchón (este sí equipo de linda gente) apoltronado en la banca. Pero no importa, cualquier cuota de dolor es barata al recordar nuestra triunfo ante el Nueva España.
Ganamos uno a cero con un horrible gol del Fofo.
Ganamos uno a cero con un hermoso gol que trajo un poco de justicia a un deporte que en lo general es extremadamente despiadado. En el futbol es común que gane quien no se lo merece; quien pega más; quién asesina al futbol.
Pero el sábado no fue así.
El sábado ganó el mejor.
A destapar botellas, a perseguir mujeres, que el sábado, señoras y señores, ganó el Almería.

Nórdiko, el nuevo jabón para el hombre activo


14 de junio de 2008
Almería 8 – Sahara Español 3


El jabón Nórdiko no es más que una horrible pastilla verde, perfumada y sebosa que se hizo famoso allá por los años ¿setenta? por culpa de un bucólico comercial que aludía al carácter natural del producto.
Quien usaba Nórdiko era fuerte, saludable y además tenía una navaja suiza con la que cortar en lajas su jabón. Para qué carajos querría cortar alguien un jabón fue un misterio que jamás fue develado. El caso es que yo imaginaba que nadie había utilizado jamás el jabón Nórdiko y que además ya no existía. Pero estaba en un doble error porque resultó que el papá de Malpica es asiduo seguidor del jabón y además se puede encontrar en casi cualquier supermercado a un módico precio de $6.50.
Una cosa llevó a la otra y el destino quiso que se instituyera que una pieza de jabón Nórdiko fuera el premio que se le otorga en cada partido al mejor jugador del Almería.
El sábado me tocó a mi recibir el galardón y debo decir que me sentí muy feliz por el premio. Fue la cereza en el pastel o mejor aún la sombrillita en la piña colada que redondeó un contundente 8 a 3 contra el Sahara, resultado que hace que de nuevo el fantasma del ascenso ronde al Almería.
Mientras todo equipo coherente en el mundo le teme a los puestos que condenan al infierno, nosotros comenzamos a padecer cuando los primeros sitios se muestran en el horizonte.
Y no es un problema de mentalidad estrecha, más bien creo que es un problema de filosofía.
Somos un poco como Diógenes, el sabio al que Alejandro Magno encontró tumbado al sol; cuando Alejandro le dijo que le concedería un deseo, el sabio le respondió que lo único que necesitaba era que se aparatara unos metros porque le estaba haciendo sombra.
Somos como Diógenes: felices en donde estamos.
Baste recordar que el Almería estuvo a punto de desaparecer después de la campaña que vivió en la Primera División.
El caso es que le metimos ocho al Sahara, estamos a tres o cuatro puntos de la zona de promoción y entonces comienzan a aparecer los correos repletos de números, de proyecciones, de la santa oración para que el Navarra gane y el Sinaia pierda por default y el Vallecas utilicé a un jugador sin registro.
Y yo contemplo todo con mi Nórdiko entre las manos y que sea lo que Dios, es decir el Balón quiera.

lunes, 2 de junio de 2008

Retratos de la Euro 2004 Parte Uno

Con la inauguración de la Euro 2008 a la vuelta de la esquina rescato estos breves retratos que muestran a algunos de los protagonistas de la edición pasada.

Dos ingleses y un silbante





Wayne Rooney, delantero centro.

Pertenece al tipo de personas (calculo yo el 3 o 4 por ciento de la población mundial) cuya fisonomía corresponde más al dibujo animado que a la especie humana. Rooney podría ser un cochino o un oso chico en una película de Disney. Un pequeño oso malo que al final se vuelve bueno.
Tiene la mirada segura del abusón del colegio, que siempre reprueba, pero que el día de hoy estudio. Rooney está seguro de que aprobará el examen. Como todo buen pendenciero tiene los ojos pequeños, como de rendija, para que, como diría Blades, no se sepa si está mirando.
No lleva diente de oro, pero no le vendría mal.
Pertenece a la especie de los Gascoigne, de los Stoichkov, de los Cantona, de los Blanco, de los Tofting y además lo disfruta.
Pide el balón con displicencia, como quien exige un trago más. Y cuando el balón termina en la red, corre festejando, como cuando huía después de alguna fechoría de su cercanísima juventud en un Londres de arrabal.

Paul Breen, hooligan.

De este señor existen mil rostros distintos. O tal vez dos.
En el primero lo podemos ver portando un cuadriculado saco de tweed y un pantalón con una caída, es cierto, algo imperfecta; corbata ancha y zapatos brillantes.
Su rostro es rosado y en algunas mañanas lleva colgado de la mejilla izquierda el beso de labial que su mujer le dio en la puerta de la casa.
Cuando ofrece los seguros de vida de Lloyds (esa es su ocupación), lo hace con una dulce sonrisa fresca y con esa dicción tan particular que tienen los habitantes del centro de Londres. Entre semana la sonrisa le alcanza de las siete de la mañana a las diez de la noche.
El segundo retrato del mismo hombre surge cuando el Fulham o la selección inglesa juegan un partido. Tres pintas de cerveza bastan para que la sonrisa mude a mueca agresiva, a gruñido. Los ojos se agrandan y brillan más. Es imposible, lo sé, pero el grosor del brazo, cual Hulk de color rosa, parece aumentar conforme transcurre el partido. Gane el Fulham o pierda la selección es lo mismo. Nuestro hombre, nuestros mil hombres saldrán a la calle a practicar su deporte favorito: atemorizar.




Anders Frisk, árbitro.

Lo que más le gusta a este silbante no es ser el juez central sino cuarto oficial y así mostrar el pizarrón eléctrico que anuncia los minutos de compensación, con una garbo y un salero dignos de Niurka.
Pero no, no es buen ejemplo la cubana. Anders Frisk es más Farrah Fawcett que Niurka. Más setentas que 2004. Cuando se acerca a la banda, con su pizarrón bajo el brazo, sonriente, como levitando y con su blonda cabellera moviéndose en cámara lenta, como en anuncio de Vanart, uno está mirando un clon de la esposa del hombre nuclear.
Lleva el cierre de la playera completamente bajado, anunciando un escote que, seguro, pondrá de muy mal humor a Pierluigi.

lunes, 26 de mayo de 2008

Tristes ciclos futboleros


21 de mayo 2008
Manchester United 1 – Chelsea 1
(5-4 en penales)

22 de mayo 2008
Santos 1 – América 0



Hola, Gatonzo:
Te escribo desde la biblio, como en los viejos tiempos, porque nuestra línea telefónica está secuestrada por un operador desconocido y estamos desconectados del mundo mundial.
Ya imaginarás. Yo de espaldas al televisor del bar, sin atreverme a mirar. En la cara de Gabriela adivinaba si el tirador había acertado o fallado. Los franceses saturaron el bar para fingir indiferencia y no mirar las pantallas, mientras el resto de los presentes, sobre todo españoles e ingleses, echaban fuera las tripas. Por un momento me abatió la idea del larguísimo camino evaporado en un soplo, tanta suerte, tantas circunstancias para alcanzar una final y nada. Pero luego me gustó que el barman, un inglés de Newcastle que apoya al Chelsea desde que vino a tomarse unas pintas a su barra Peter Chec y se hizo con él unas fotos, me dijo al salir: "El año que viene". El instante y la inexorabilidad de los ciclos, coño. Todo ahí. En fin, no menciono alegrías de otras latitudes para no echar la sal, sólo te mando un abrazo y hasta pro.
Que bien que se dejan caer.

Juan Pablo.


Hola, Champolion:
Eso de los ciclos futboleros es algo que me interesa muchísimo.
Escribo ciclos y futboleros y me parece un pleonasmo, porque únicamente ésos, los futboleros, son los que mueven mi vida.
Está el ciclo de ciclos, el fuego nuevo que se enciende cada cuatro años con el Mundial. Está el ciclo otoño-primavera en el que juegan las ligas importantes del mundo. Y el pequeño ciclo de los noventa minutos, en el que sin embargo, cabe una vida.
Joyce escribió un novelón de cientos de páginas con las andanzas de un señor en un día. Nosotros deberíamos escribir una novela, aún más grande (en todos los sentidos), con la historia de un aficionado en 90 minutos.
Sin ir más lejos ayer el América jugó durante 97 minutos como se juega cuando faltan tres. Lo que digo a continuación no es una licencia, es una frase literal: fue el partido más tenso de mi vida.
"El año que viene", dijo el cantinero y es una frase muy linda.
Una esperanza.
Y siempre es bueno tener esperanzas.
Nosotros dijimos muchos "al año que viene" y ahora no será al que viene, será en 100 días cuando nos sentaremos en una mesa, probablemente muy cerca del cantinero aquel, a tomarnos unas cuantas Chelseas.
Que pasen rápido los días.

El Gato.

lunes, 19 de mayo de 2008

Desde los ojos de Lucas (Cuento)

Aquí les dejo el cuento con el que gané el concurso de Cuentos de Futbol del periódico Récord.
El juez fue Juan Villoro y esto es un resumen de lo que escribió acerca de la narración:

"...Una demostración de lo que la palabra hace por el futbol... el estilo del relato es poético, en frases breves, contundentes, llenas de alusiones sutiles. Por último es entrañable la idea del futbol como alimento de hombres solos..."


Desde los ojos de Lucas
por Juan Carlos Quezadas

Para Lord, porque es suyo.

No había ocupación mejor, en aquellas noches en medio del mar, que sentarse cerca de él a escuchar el partido.
Cada noche a las nueve.
Allí estábamos, apretujados en la estrechez de su camarote, doce, quince marineros de “La bicicleta de Colón”, a la espera del silbatazo inicial.
A veces el partido no empezaba a las nueve en punto. Había casos en que la lluvia, la niebla o algún problema entre las barras rivales retrasaba las acciones.
Un día, inclusive, un rayo que cayó sobre la techumbre del estadio provocó la cancelación del juego.
–Falta de garantías, el árbitro suspendió el partido por temor a que caiga otro rayo, las directivas se pondrán de acuerdo para reprogramar el juego –explicó Lucas. Después se volteó contra la pared y apagó la luz en un gesto que quería decir “Váyanse de mi camarote, dejen de molestar”.
Para eso servía el débil foco empotrado en la cabecera: para terminar las sesiones de futbol.
Nadie reclamó.
Con Lucas, como decía mi madre, poco y bueno.
No le gustaba escuchar las razones de los otros.
Era hora de dormir y la mayoría se fue directo al camarote común.
Unos cuantos, los más tristes, nos quedamos un rato en cubierta, con un cigarro entre los labios, rumiando lo vacía que era una noche sin futbol.


En época mundialista el barco era el acabóse.
Únicamente se narraba un juego cada noche y a veces no era el más atractivo.
Sin embargo a lo largo de ese partido se podían ir conociendo las incidencias de los demás encuentros.
Poco a poco, con la narración de Lucas, íbamos llenando espacios, armando el rompecabezas.
El acomodo de los grupos.
Las tablas de goleo.
Las futuras probables combinaciones.
Durante un mes, en el pizarrón de informes del capitán, iba apareciendo nuestra historia de la Copa del Mundo. Los mejores goles eran dibujados por el fino lápiz del cocinero.
–¿Quién juega hoy, Lucas? ¿Ya sabes? –preguntaba alguno al encontrárselo por la mañana.
–Portugal, España.
–¿Quién viene mejor?
Y ante lo que consideraba una insolencia, el cronista enmudecía y no había forma de sacarle más palabras.
Entonces comenzaba a crecer la expectación.
Españoles y portugueses que tenían guardia esa noche hacían lo imposible por cambiar de turno para poder escuchar el juego.
Se apartaban los tres bancos del camarote.
Se cruzaban apuestas.
–Van dos de Ferreira contra un kilo de gambas, voy España.
–¿Pagaderos al tocar tierra?
–Al tocar tierra.
Y los marineros estrechaban sus manos contando las horas que faltaban para el partido.
El día era largo. El sol un balón en cámara lenta que se negaba a perderse en el horizonte.
Pero llegaba el momento en que Lucas hablaba:
–Bienvenidos, escuchas, a la transmisión de Estados Unidos contra Corea. Tercer partido de estos equipos en la Copa del Mundo. Con cero puntos en su haber, ninguno de los dos tiene posibilidades de clasificarse …
Y entonces la rechifla estallaba dentro del camarote de Lucas pero él, sin inmutarse, continuaba sus palabras.
No había nada que hacer.
Una fuerza desconocida había decidido que hasta el barco llegara un partido sin relevancia en lugar de la exquisitez de España y Portugal.
Y a pesar de la decepción nadie se movía de sus lugares.
Todos permanecíamos a la expectativa tratando de cazar alguna seña que nos revelara lo que sucedía en el otro partido.
Una botella del peor ron del mundo circulaba de mano en mano, de boca en boca.
Cigarros no había porque al primer indicio de humo Lucas, estallaba en cólera.
Algunos festejaban con tímidos aplausos las llegadas de Corea. Pero el partido no daba para más.
Pasaba el tiempo.
–…tenemos información –decía Lucas cambiando el tono de sus palabras, –Portugal, por medio de Figo, ha empatado el partido a dos minutos del final. Portugal y España, en un trepidante encuentro, empatan, hasta el momento a tres…
Y la locura se desataba en el camarote y todos lamentábamos no haber podido escuchar aquel juego.
–Sun-Hong retrasa de cabeza al portero… –regresaba Lucas al tono lánguido –Ningún norteamericano hace por el balón… lo mejor que puede ocurrir es que el partido termine… ¡Cuatro!, sí señores, cuatro minutos de reposición, ¿para qué tanto?...
Pero nadie abandonaba su lugar porque un gol en el otro frente aún era posible.
Cuatro minutos después un árbitro griego decretaba el final y del España contra Portugal no había más noticias.
El foco de Lucas ya estaba apagado.


Odiaba el humo de los cigarros.
No le gustaba escuchar a los demás, ya se ha dicho.
Y ver no podía.
Lucas era ciego y los partidos que narraba no llegaban hasta su mente por vía de un transistor o de una antena o de una bola de cristal.
“La bicicleta de Colón” estaba siempre del otro lado del mundo (no importa qué mundo) y ningún gol podía llegar hasta nosotros.
Por eso los partidos de Lucas eran inventados.
Se jugaban en algún lugar de su fantasía y llegaban a la tripulación en forma de palabras.
Lucas era ciego desde los dieciocho años y en su vida sólo había visto tres partidos de futbol.
El primero entre los de su pueblo y el pueblo vecino: lodo y golpes.
El segundo en un pequeño estadio: tres a uno.
El tercero en la televisión de un bar: en su primer y último día como saca borrachos.
Al final del partido se armó una trifulca y una botella apagó la luz. Pero no la de un foco como el que anunciaba el fin de nuestras jornadas futboleras, la luz que se apagó fue la de los ojos de Lucas.
Y entonces se quedó un año tirado en la calle.
Y cuando se levantó aprendió Braile y luego Morse y se metió a Comunicaciones en la Armada y allí fue en donde escuchó todos los partidos.
Absolutamente todos los partidos.
(Sí, ése que estás pensando, también lo escuchó)
Miles de narraciones ilustradas en su mente por aquellos únicos tres juegos que vio alguna vez.
Del lodo, los golpes, el tres a uno y las repeticiones de la televisión salieron todas las jugadas que iluminaban las noches de “La bicicleta de Colón”.
Lucas era dueño de todo el futbol habido y por haber.
Por eso en el barco teníamos tres mundiales al año, dos Champions y un torneo de factura oscura en el que unos Indalos Verdiblancos contaban con los favores de Messi y Garrincha.
Nadie se atrevía a discutir la más pequeña de las invenciones de Lucas.
Una insignificante falta.
La peor de las injusticias.
Entendíamos que el balompié era ingrato.
Y allí, en medio de la nada, pasábamos las noches escuchando el mejor futbol de la historia, el mejor, eso es seguro.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Diario indalo

Diario indalo
Esta es una pequeña crónica de la vida de un equipo de futbol, el Almería de la Liga del Ajusco, a lo largo de un año.
El 2007, el año de nuestro campeonato.


6 de enero 2007
Almería 3 – Andalucía 3

La culpa y las matemáticas

Ganamos tres a dos, faltan quince minutos y estoy de lateral izquierdo. No me pregunten porqué pero allí estoy.
El pavo y la cerveza ingeridos en diciembre cobran sus intereses y en una falta en nuestra contra pocos tienen los arrestos para bajar a defender (también son pocos los andaluces que suben a rematar). La media cancha es una extensión del banquillo desde donde la mayoría de los jugadores observan el ir y venir de la vida. Nos quedamos Salar y yo para marcar a tres atacantes. Decido mal a la hora de elegir al delantero que debo cubrir y justo por donde no lo creía cae el gol.
Fue mi culpa. Me equivoqué al calcular una probabilidad.
Mi sentido común hizo una pausa cuando se dio cuenta del problema; sacó su cuadernillo de apuntes, afiló el lápiz y en el momento en que se disponía a desmenuzar la ecuación cayó el gol. Por lo menos murió sin darse cuenta.
Un Rafael Márquez de seis años o un Cannavaro de ocho meses de edad habrían sabido, casi por instinto, qué hacer: uno de los defensas se queda en el centro para que se encargue de los dos delanteros (a fin de cuentas sólo uno podrá buscar el remate) y el otro se abre para marcar al enemigo que llega.
Fácil. Matemática pura.
Nunca me volverá a pasar, pero eso poco importa porque el gol que nos anotaron fue por mi culpa.
“Culpa” es una palabra maldita. Derogada del diccionario del futbol cuando en realidad un partido es una colección de culpas. A veces muy grandes.
Ganamos todos, perdimos todos (empatamos todos aunque nunca se diga) es un slogan que suele manejarse en momentos de crisis. Pero es falso. O falso con sus matices porque el sábado, contra el Andalucía, empatamos todos es cierto, pero si empatamos fue por mi culpa. Si yo tuviera cerebro de defensa es probable, nunca se sabe, que habríamos ganado el partido.
Todos somos culpables de perder alguna vez, también de ganar. Ésta me parece una frase más real. Nada eufemística.
¿Cómo saber si fue tu culpa? Propongo un ejercicio: llega a tu casa, mírate en el espejo y recuerda la jugada siniestra. Mantén fija la mirada en el reflejo de tus ojos, tu mente recreando en detalle la acción. Resiste. Resiste. Si después de unos segundos te mientas la madre fue tu culpa.
Y debes sentirte muy mal por eso.
Y buscar soluciones (a veces existen, a veces no).

13 de enero
Almería 3 – Sahara Español 1

Siempre hay una jugada.

En cada partido, si se le sabe buscar, hay una jugada oculta esperando al futbolista. Casi como una amante. Pertinentemente disimulada tras insondables gafas oscuras. Discreta. Sentada en la banca de un parque poco transitado. Allí está nuestra jugada, nuestra individual cita con la felicidad.
Puede ser un toque de balón particular; una estirada (fructífera o no, no importa), un espectacular choque contra un gordo de noventa y cinco kilos que queda tendido sobre el campo mientras que tú, con tus tristes ciento sesenta y cinco centímetros de altura, surges de la colisión con balón dominado (no es común, pero puede suceder, la física del balompié suele regalar cortesías de vez en cuando).
El futbolista descubre su jugada y por unos instantes entra en trance de futbol. Son dos o tres segundos en los que el tiempo se congela, el cerebro toma una foto del momento y se alcanza la plenitud. Durante la semana el lance es recordado con un profundo deleite que incluye una maliciosa sonrisa y el brillar de la mirada. Pero no es solamente una evocación mental (valga lo casi absurdo (pero solo casi) de la expresión). La experiencia incluye un recuerdo, llamémosle muscular, que hace que acompañemos el repaso de la jugada con una bolea fantasma o con un quiebre hacia la nada (en pleno súper o en la oficina).
Durante la primera parte del partido contra el Sahara fallamos miles de goles. Yo y el Patas éramos los delanteros, y aunque íbamos 2 – 0 la presión en nuestra contra iba in crescendo. Entonces llegó mi jugada: tomé el balón en el pico del área, miré al portero ligeramente adelantado, apunte al ángulo del segundo palo y con comba incluida incrusté el balón en la horquilla. Fue un golazo que además acabó con las aspiraciones de los desérticos.
En las cervezas algunos afirmaban que había querido centrar, que era un gol marca Juan Hernández, aquel gloriosos lateral americanista que más de una vez, pretendiendo mandar un centro, incrustaba el balón en la portería.
Aseguro que el mío no fue un gol así. Fue más bien producto de mi semanal cita con la Jugada, esa misteriosa dama que de vez en cuando se porta bien y entonces dan ganas de llevarle serenata con The Cure, cantarle aquello de: You make feel like i am young again.
Llenarla de besos.


20 de enero
Almería 4 – Rayo Vallecano 5


Urgente corrección: a veces no hay (siquiera) una jugada.

El futbol es la única ciencia que permite que lo que se afirma hoy mañana sea negado de manera tajante. Las caducidades mutan. Lo que ayer salvaba vidas hoy mata. Decía yo, la semana pasada, que siempre, en cada partido, hay una jugada-amante-dispuesta-a-nuestra-espera. Pura invención sin fundamento. Esa jugada si es que existe será como el Sasquach del Canadá, como el Yeti tibetano. Visión para unos cuantos.
La Jugada casi nunca llega. Aparece tan poco que incluso es muy probable que nunca regrese a la cancha, ya no a besarme en la boca, siquiera a saludarme. Si contra los de Vallecas no se presentó, ¿por qué habría de volver alguna vez? A lo mejor se cansó de mí. A lo mejor se fugó con un jugador del Triana y ahora mismo se juran amor eterno.
El del sábado fue un partido horrible. Perdimos en tiempo de compensación después de ir ganando 2-1 y 3-2; casi me fracturo la muñeca en una mala caída; jugué en cuatro posiciones distintas en un lapso de veinte minutos; me cansé más de la cuenta; y lo peor fue que nunca estuve seguro de estar haciendo bien las cosas. Mi mente acusaba una fragilidad casi peligrosa. Era claro que el sábado nada iba a salirme bien. Era un personaje secundario y gris. El taquillero de la estación Norte 45 un domingo por la noche.
El futbol es el género literario más complejo que existe porque de sus hilos se sostienen la poesía, el drama y una novela narrada por veinticinco voces a la vez. O cuarenta y seis. O ciento catorce mil. O medio planeta contando, por ejemplo, el porqué del cabezazo de Zidane.
Así lo narró, con muy buen arte, Horacio Elizondo, el árbitro de aquel partido: Me dijeron que Zidane había golpeado con un cabezazo a Materazzi en el pecho. Saqué mi tarjeta roja y lo expulsé. Entonces el me indica que no tenía nada que decir a la tarjeta roja, que la aceptaba porque había cometido un error. Así me lo dijo, habló muy bien el español. Después agregó: “También hay algo que ustedes no vieron antes”, le pregunté “¿qué no vimos?” y entonces se dio la media vuelta y se fue.
También Javier Marías en un artículo titulado Un cuento para releer expuso su visión de aquella jugada: “Hay que agradecerle a Zidane que en su última hora nos haya dejado un relato hondo, extraño, quebrado, rugoso y no una historieta tan previsible y tersa que no se pueda releer”.
Y Materazzi dijo otra cosa. Y usted. Y yo. Cada uno aportó un capítulo para una novela con una estructura similar a la de Crónica de una muerte anunciada. Pero entonces, ¿llega o no llega la Jugada?
Por hoy creo que no.
Es puro invento de almas felices.
Si un día la llego a ver tras un arbusto, le tomo una foto y se las enseño.


3 de febrero
Almería 0 – Mixcoac 0


La cabañita
Con disculpa retroactiva a Oliverio por la cita sahariana

Una alegre sombra nos espera a la entrada de nuestra cabañita. Horripilante construcción formada por tres paredes chimuelas de tabla y un techo que sirve para frenar el sol pero no la lluvia.
El sábado la cabaña ejerce de vestidor y bar y restaurante. De domingo a viernes funciona como esporádico cagadero de vacas que no hinchan por el Almería.
(misterio insondable: pudiendo escoger a otros veinticinco equipos, la cabañita nos eligió a nosotros para habitarla)
Termina el partido y sin ponernos de acuerdo seis o siete indalos nos recostamos allí, sobre el pasto, para tomar aire, para recobrar fuerzas. Diez minutos antes todavía estábamos tratando de clavar el gol que destruyera el cero a cero más injusto de la historia. Estamos esperando que el doctor llegue con el inmerecido cartón de victorias con que cada sábado nos premia. Hoy sí se lo merecieron, nos dice sin importar que hayamos perdido contra el Sahara.
(bueno, es un decir, creo que si perdiéramos contra el Sahara no recibiríamos nuestra tradicional prima)
Allí estamos, recostados sobre la hierba. Alguien dice que jugamos muy mal y alguien dice que jugamos muy bien. Los otros cinco indalos reparten opiniones. Mientras que yo que ahora, cosa rara, nada digo, siento un profundo cariño por cada uno de estos seis o siete jugadores que se resguardan del sol a la entrada de la cabañita. Supongo que así es como se van amarrando los lazos que han de perdurar para siempre. Somos unos cuantos jugadores enlodados y sedientos, pero también podríamos ser una patrulla de milicianos de la República perdidos en algún punto cercano al Ebro, un grupo de maquinistas jubilados que se reúnen a ver pasar los trenes mientras juegan dominó, un conjunto de bongoseros mariguanos ensayando nuevos ritmos en una playa jamaiquina. Somos, como alguna vez lo dijo Huerta, compañeros que hemos peleado batallas.
Al amparo de la cabañita se diluyen las peores derrotas; la primer cerveza de la mañana sabe a lo que sabe el triunfo. Aquí, bajo este techo malasombra, somos algo que algún día habrá de alegrarnos el recuerdo.
Y nos volveremos a reunir, ya no para repasar los más recientes noventa minutos, sino para revisar los últimos veinte años.
(seguro no hablaremos de un injusto cero cero)

10 de marzo
Real Sociedad 0 – Almería 6

¿Existe acaso un señor que se llama Lionel Messi?

Lionel Messi y yo tenemos algo en común: anotamos tres goles el mismo día. Él contra el Real Madrid de la Primera División del Futbol Español y yo contra la Real Sociedad de la Liga del Ajusco.
Yo festejé en mi cabañita con una tercia de Victorias recién salidas del refrigerador. Después me fui a mi casa. Cuando llegué, besé a Ana y saqué al perro a pasear. Todo lo hice flotando porque el mundo no me merecía. Recuérdenlo: yo había anotado tres goles. La celebración terminó frente al Barcelona – Real Madrid.
Y entonces llegaron los tres de Messi.
Ignoró lo que el blaugrana hizo al llegar a casa. Incluso ignoro si en realidad los dioses de la talla de Messi tienen, precisamente, una casa o un refrigerador o una mesita de noche. Tal vez los jugadores de futbol son en realidad superhéroes de ficción y comparten un mundo con Harry Potter o el Rey Lear. Abres el libro y entonces aparecen. Vas al teatro o al estadio y surgen con su corona, su báculo o su playera azulgrana. Pero ese que ves allí es un actor. No es Lionel Messi. Es tan solo un joven argentino interpretando el papel de un futbolista de renombre.
Este joven podrá celebrar sus goles con tres de Quilmes, besando a su novia, sacando a pasear al perro, sintiendo que flota porque el mundo no lo merece y repantigándose en el sillón para ver un Almería–Real Sociedad. Porque al aceptar que en realidad existe un señor que se llama Lionel Messi nos enfrentamos a dos cuestionamientos de orden práctico que en si mismos engloban un universo. A saber: ¿Quién carajos compra el papel del baño en Casa Messi? ¿Qué hace Messi un miércoles a las siete de la tarde?
Sólo Dios sabe.
(o el guionista que le escribe la vida)

17 de marzo
Almería 1 – Nueva España 1


¿Y tú para quién juegas?

Algunos escritores afirman que trabajan pensando en un lector ideal. A mí esa idea no me gusta. Mucho trabajo cuesta crear un texto para encima andarle fabricando partidarios. Supongo que aquellos escritores le llamaran “lector ideal” porque celebra todas sus ocurrencias. No concibo la idea un lector ideal, creado digamos por Fulanito de Tal, que aborrezca precisamente los textos del mismo Fulanito.
Creo que el escritor escribe lo que tiene que escribir y punto. Sin importarle ningún tipo de lector, sin otorgar concesiones. En la cancha debería ser igual, pero yo, que en el mundo literario abogo por la extinción de la figura del lector ideal, tengo en la cancha un aficionado ideal. Y es que si me preguntas: ¿Y tú para quién juegas? Te responderé que yo juego para agradar a mi papá.
Uno de los días más tristes de mi vida se desarrollo durante el mundial de Francia 98. Perdona que invierta el lugar común: yo no tenía beneficio, y mi oficio más bien se encontraba apagado. Pidiéndole prestada la frase a Vázquez Montalbán, se diría que yo escribía relatos impublicables para revistas norteamericanas inexistentes. Entonces llegó el Piojo López, le anotó un gol a Holanda y para celebrarlo mostró delante de las cámaras del mundo una playera blanca con la leyenda Feliz cumple, viejo. Y ante aquella escena me solté a llorar porque en la opacidad de mi vida no cabían playeras celebratorias. Yo no podía provocarle orgullo a nadie.
Era una mierda.
No voy entrar aquí en complicados vericuetos narrativos. Diré lo que miles han dicho. La vida da vueltas, aunque también puede ser que más que la vida, lo que de vueltas sea nuestra capacidad de percibir la existencia y sus consecuencias. Y todo sea un engaño. En este caso un feliz engaño. El asunto es que hoy no le anotó goles a Holanda, pero por fortuna de vez en cuando la vida me regala momentos en los que puedo levantar mi playera y mandar mensajes de amor. Y cuando juego en el Ajusco lo hago pensando en que mi papá me está viendo en la televisión: me embarro de lodo, peleo todos los balones, como una cabra tonta persigo a los defensas y de vez en cuando, en el último minuto (y con gripe), le pongo un centro de gol al Negro para empatar un partido que se nos complicó de más.
Y supongo que entonces mi fanático ideal, para quien juego todos mis partidos, mirando el partido desde la sala de su casa, celebra complacido mi actuación.

9 de junio
Chinchón 3 – Almería 0

Lección de filosofía

¿Has visto al tipo que a las once la mañana llega a un súper, compra una cerveza de litro y un billete de lotería instantánea y que logra por su facha que los demás clientes esperen su salida para entrar a comprar tranquilos? Pues bien, yo soy ese tipo: Earl Hickey. Con esta carta de presentación comienza My name is Earl una serie de televisión sobre el karma.
La existencia es una balanza exacta que todo te cobra. Lo bueno y lo malo. Esto lo descubre Earl casi por casualidad y a partir de allí decide reparar todas sus fechorías las cuales va tachando de una lista.
My name is Earl ha sido para mi la mejor lección sobre el karma. Ni Borges en ¿Qué es el budismo? Ni el Dalai Lama en El arte de la felicidad. Todo lo que sé sobre el karma lo he aprendido mirando la serie. No importa que por allí del sexto capítulo una filosofa se aparezca en la vida del señor Hickey y le explique que el karma es más que un ojo por ojo cósmico. Para nosotros (para Earl y para mí) la cosa es simple: todo se paga en esta vida.
Por eso no me explico como es posible que el sábado pasado me haya zafado el brazo al recibir una falta y encima el Almería haya perdido por goleada. Entendería el resultado si yo hubiera sido el malhechor que lesionara a un rival. O en contraparte aceptaría la lesión si los ganadores hubiéramos sido los indalos. Pero perder y al mismo tiempo mantener por un rato el brazo fuera de su lugar me parece un exceso.
Ya lo sufrió Franz Beckenbauer en la semifinal contra Italia en el Mundial de México 1970. Perdió y encima tuvo que cargar con el agravio de la derrota, pero en contraparte, cuatro años más tarde, ese mismo brazo derecho le sirvió para levantar la copa del mundo.
Es el futbol una fábrica de revanchas. De equilibrios cósmicos diría el karma. Puede ser que yo me haya zafado el brazo contra el Chinchón cuando me enfilaba hacia la portería enemiga como pago por las doradas victorias que vendrán. Puede ser que México pierde contra Argentina y pierde contra Argentina y pierde contra Argentina porque algún día habrá de obtener un triunfo contra los pamperos que borrará tanta afrenta.
Qué el karma y Hickey tengan razón… y amén.


7 de julio
Almería 4 – Triana 0

Bicheranloo

El sábado pasado Salar Bicheranloo jugó su último partido con el Almería. Se va a Milán a casarse con una italiana, pero a mi me gusta imaginar que se va a jugar con el cuadro rossonero con una cláusula de rescisión de contrato de ciento veinte millones de euros. Así pasa siempre: con la llegada del verano los partidos se convierten en capítulos finales para todo tipo de historias.
Basta ver el Estudio Estadio de la jornada treinta y ocho del futbol español para ser testigo de varias despedidas. Hay quienes se retiran para siempre de las canchas y hay quienes se marchan buscando nuevos horizontes. Casi siempre, a tres minutos del final, el entrenador los retira del terreno de juego para que la afición les muestre sus respetos.
(en México la regla no aplica, lo cual es muy lógico porque si nunca se sabe si un equipo resistirá el sube y baja de las franquicias, menos se puede adivinar el destino que correrán los jugadores)
Salar no es el típico defensa que espera clavado en el centro la llegada de los delanteros, más bien ejerce de barredora que empuja hacia la banda los peligros. Mil veces se estrella contra los rivales y mil veces se levanta; así sea con la espalda atravesada por una cicatriz cortesía de una reja que no debería estar, pero estuvo.
El sábado pasado Salar jugó su último partido con el Almería y lo hizo, como siempre, de una manera brillante. A quince minutos del final ganábamos dos a cero y entonces el doctor Gázquez mandó a Salar a la delantera en busca de su gol. Le bastaron sesenta segundos para conseguirlo con todo y un sombrerito incluido. El estadio se convirtió en un manicomio (en el Almería no tenemos estadio, ni afición, ni nada, pero de cualquier manera el estadio se convirtió en un manicomio); y entonces Salar salió corriendo por la banda queriéndose despojar de su playera. No lo logró, así que decidió lanzarse de panza sobre el césped. Sobre él caímos todos.
(Malpica y el doctor confesaron que estuvieron a punto de abalanzarse sobre aquella mole humana)
Fue un placer jugar contigo, le confesé a Salar cuando todavía entre abrazos regresábamos a nuestro campo para continuar con el partido. Seguro no me escuchó. Y es mejor así: la cancha no es un salón de té en el cual ir soltando frasecitas tiernas.
El sábado pasado Salar jugó su último partido con el Almería y a falta de tres minutos salió del campo y el público de pie le mostró sus respetos.
Se va a(l) Milán.
Ojalá tenga suerte.


21 de julio
Almería 1 – Atotxa 7

De mula a gallo, de gallo a labrador

Dos señores respetables, digamos un estudiante de una maestría de matemáticas y un escritor de diarios ocasionales, sufren un encontronazo en la cancha y al rodar por el lodo sus piernas forman un rehilete de coces que los emparientan directamente con las mulas. Caer y levantarse es un mismo movimiento que de inmediato los tiene empujándose el pecho y lanzándose injurias. Ahora han mutado a gallos.
El escritor siente que el matemático empezó todo y le recrimina airadamente con una pregunta, que siendo francos no viene mucho al caso: ¿Qué, estás loco? El probable hombre de números, sintiéndose la víctima, también lanza un cuestionamiento: ¿Qué te pasa?
Las preguntas quedan sin respuesta mientras que los compañeros de uno y otro llegan al sitio del crimen para ayudar en lo que se pueda ofrecer: paz o guerra. Aunque parece que en esta ocasión la armonía triunfará: los “pitbules” salieron lad(b)radores.
El árbitro zanja la cuestión con un par de tarjetas amarillas y el juego continúa. Incluso, segundos después, el DT del Atotxa tiene la prudencia de retirar a su jugador del terreno de juego.
Así sucede siempre, los odios dentro de la cancha surgen de pronto. No hay incubación de por medio. Son como el virus del Évola: ahora no lo tienes… ahora se te cae el brazo en pedacitos… ahora ya estás muerto.
La animadversión del diarista hacia el supuesto matemático surgió cuando escuchó una lejana discusión que el sujeto de marras sostenía con el Negro. Ahora no lo odiaba… ahora quería venganza.
Para demostrar los niveles de imbecilidad a los que puede llegar un jugador dentro del terreno de juego desnudaré aquí las supuestas venganzas que el gacetillero fraguó es su cabeza.
(pido perdón a las buenas conciencias)
Primero pensó restregar en la cabellera de su rival un chicle que venía mascando desde hacia varias horas, pero desechó la idea, no por sucia o ruin, sino porque quedaría una clara huella de su crimen sobre la cabeza de su enemigo. Después creyó que un codazo podría lavar la afrenta, y en un tiro de esquina pidió marcar al amante de los binomios y la regla de tres, pero en el cobro ambos corrieron a primer poste y el centro viajó al segundo. Adiós al sangrerío y al tabique desviado. Más tarde pensó que un escupitajo sería opción y comenzó a guardar saliva en el buche pero al final desestimó la elección porque presentaba un agravante muy similar al embate del chicle. Y entonces, de improviso, surgió la escaramuza con la que iniciaron estás líneas: choque en media cancha, rodar de cuerpos, piernas que se tensan, empellones, preguntas tontas sin respuesta y tarjetas amarillas. Uno jurando que el otro es el culpable. Igual que en la guerra.
Un partido de futbol semeja una vida en miniatura. A lo largo de los noventa minutos el jugador se enfrentará a muchos de los sentimientos que conforman una existencia de verdad. Amor, sufrimiento, odio, alegría, frustración, dolor físico y moral, placer, violencia, mucha violencia. Basta que un balón se ponga a rodar en una cancha para que el virus de este mal comience a flotar en busca de víctimas. No hay vacuna. Aunque existen seres más propensos al contagio, idiosincrasias menos dadas al grito y el sombrerazo, el mal puede contaminar a cualquiera y surgir de pronto.
La violencia es el pecado original del balompié.
En un capítulo de los Simpson la ciudad de Springfield casi desaparece por la pasión desatada en un aburridísimo partido entre México y Portugal. Hace unas semanas ¡daneses y suecos! protagonizaron un escándalo digno del llano más violento de un país tercermundista.
Cuando ruede el balón que se prendan los focos amarillos.
Regresando a la escena con que se abre este discurso solo diré que de uno de los dos señores respetables que echaron mano a sus fierros sé muy poco; insisto, tiene cara de matemático, pero en realidad es tan sólo una suposición.
Del otro, del cronista, por desgracia lo sé todo.
(o casi)


4 de agosto
Almería 5 – Sahara Español 8

Profecías del lado oscuro

Con el lenguaje del balón hablan los falsos profetas. Los iluminados a la inversa. Los chamanes del autogol. Sabido es que un comentarista que alaba las virtudes de un defensa izquierdo está a punto de narrar un grave error del mismo o por lo menos un resbalón. Construya el estadio más grande del mundo; meta allí a doscientas mil almas sedientas de triunfo; proclámese campeón antes de tiempo y entonces Ghiggia aparecerá para clavarle el dos a uno. Usted se llamará Sandro Leandro, al estadio le dirán Maracaná y vivirá en el verano del 50 (invierno si reside en Brasil).
Un día le dije al Negro: mañana ganamos 6 a 0: al otro día perdimos con ese marcador contra el Matalascañas.
Hace unas semanas escribí de nuestra cabañita y en el mismo texto señalé irónico que el doctor Gázquez nos celebraría hasta una derrota contra el Sahara. Pues bien, el sábado perdimos contra el Sahara, y en efecto el doctor nos premió con un cartón… pero tuvimos que compartir la cabaña con otros equipos ya que los ejidatarios han tenido la brillante idea de activar un mini restaurante campestre en la destartalada instalación que algún día nos sirvió de vestidor, cantina y santuario de meditación.
Fin de una era.
Fin de dos eras.
La era en la que el Sahara se erigía como el paradigma del equipo contra el que era imposible perder, y la era en la que dieciséis tablas mal puestas nos servían de refugio.
Y todo por mi culpa, por andar conjurando fantasmas. Lo dicho: con el lenguaje del balón hablan los profetas del lado oscuro. Entonces mejor señalaré que los Pumas deben ser campeones; que moriré en la pobreza y que el Almería nunca alcanzará un título.
Me voy por la tangente. Del partido nada quiero comentar.
No hay porqué.
Está en la memoria de todos los que lo vieron.
De todos.
Los que lo vieron.

8 de diciembre 2007 Almería 3 – Andalucía 1

Almería Campeón de la Recopa 2007


Y jugamos todos. Todos los que subieron. Como siempre.
Y anotamos tres veces. Dos del Negro y una del Fofo.
Y Burgos paró un penal.
(a mí no me importa que primero pegó en el travesaño, para mí Burgos lo paró y punto)
Y fueron mis papás.
(y los de algunos otros)
Y Ana se vistió con la playera de los 10 años.
(también fueron otras novias y hermanos y hermanas y perros)
Y el estadio se llenó.
(incluso hubo sobrecupo)
Y el doctor nos dio el mejor de sus discursos.
Y perdimos el volado: atacar primero hacia abajo.
(yo insisto que no es factor)
Y tocamos el balón.
Y anotamos primero.
(sombrero del Negro a pase de Carlos y mil veces jugadas así habían pasado a un lado o por arriba o travesaño, pero está entró, sí que entró)
Y yo sentí que jugué bien, aunque vestido de overol: había que cuidar las formas.
(pero cada balón que toqué era distinto, algo había en el pasto o en lodo o en el solazo que nos caía a pique que nos gritaba que estábamos jugando una final, era distinto, muy pero muy distinto)
Y nos empataron pero igual sabíamos que íbamos a ganar.
Y también que Burgos iba a detener el penal.
(tanto lo supe que llegué a estorbar al tirador en el rebote)
Y en el medio tiempo el Negro dijo que el Andalucía estaba asustado.
Y les vimos la cara y estaban asustados.
Y en el segundo tiempo seguimos metiéndoles miedo.
Y cayó el golazo del Fofo.
(con un pase soberbio de Lord)
Y salí de la cancha.
(me quería quedar un año dentro de aquella cancha, pero salí)
Y el tiempo comenzó a pasar más lento.
Y los nervios.
(míos y del doctor y de los papás y de Ana y de las novias y los hermanos y las hermanas y los perros)
Y entonces hubo un balón que subió muy alto, impulsado por los huevos de Rubén.
Y el arquero lo tomó y chocó contra Rubén.
Y el balón cayó de las manos del arquero.
Y el tiempo, que ya iba lento, se detuvo por completo.
(por completo)
Y el balón botó en el pasto.
(inocente)
Y el tiempo seguía detenido
(detenido)
(detenido sin querer avanzar)
Y vimos el arco abierto.
Y vimos al Negro muy cerca del balón.
Y el pinche tiempo.
(detenido)
Y ¡Puk!
(un toquecito)
Y el gol. Gol de apellido tres a uno.
Y el tiempo volvió a girar.
Y todos supimos que ya éramos campeones.
Y dieron las doce cincuenta y ocho.
Y silbó el silbante su silbato.
Y fuimos campeones.
Y nos abrazamos.
Y al final nos dieron una horrible copa de latón dorado con la efigie de un futbolista prendiendo un balón de bolea. Una hermosa copa que me acerca, aún más, a cada uno de los esos indalos con los que me tocó compartir un sueño. No fue un viaje a la luna, no fue la Champions, pero fue el torneo que nos tocó jugar. El más difícil. El más importante. El nuestro: la Recopa de la Liga del Ajusco 2007.
Y llegaron los brindis.
Y más abrazos.
Y más cartones.
Y cayó la noche.
Y siguió la fiesta.
Y en cada uno de los aeropuertos internacionales del mundo hubo uno, o más aficionados indalos, que nos fueron a esperar.
Y no llegamos a esos aeropuertos porque estábamos en casa de Rafa destapando un Cava.
Y el Almería fue campeón.
En una lejana tarde, al final de un otoño, de hace ya muchos años, el Almería fue campeón.


PD, no tiene que ver con el Almería, pero sirva de epílogo:



21 de mayo de 1979
América 3 – Toluca 1


Nuestra foto en el estadio

Debe de haber sido Bill Faria, tal vez Fumanchú el que anotó el decisivo gol aquella noche. Tres, uno contra el Toluca.
Si me atengo a mi memoria, luchando contra todas las trampas que la memoria nos suele tender a la hora de los buenos recuerdos, diré que fue en una liguilla. Es más, a juzgar por la sombrilla y la gabardina de mi papá, me aventuraré a señalar que fue en un mayo lluvioso.
Un mayo lluvioso del 78, del 79. Por ahí.
Un día entre semana de un mes lluvioso en el que no llovió, eso es seguro. Lo sé porque ninguno de los dos estamos mojados. Parecemos felices, mi papá sonriente, yo orgulloso, pero nunca se podría decir que nos hayamos mojado aquella noche.
En la fotografía aparezco con mi playera azulcrema mirando hacia la cancha. Volteando ligeramente a una de las áreas. Seguramente disfrutando de una pared Reinoso–Kiesse–Reinoso mientras despliego, ante la lente de la cámara, un banderín de un América que en esa época, todavía, no eran águilas sino canarios.
Mi papá lleva un Fiesta atrapado entre los dedos de una mano que se debate entre seguir sosteniendo el cigarrillo o abrazarme. Mira fijo hacia la cámara por lo que corrijo: no debe estar sucediendo la triangulación de ensueño entre el chileno y el paraguayo. No debe de estar sucediendo absolutamente nada interesante en la cancha porque los ojos de experto de mi papá no se podrían estar perdiendo de algo que valiera la pena: una recepción insólita, un movimiento al hueco, una definición que parece fácil pero no lo es, en fin, alguno de esos dos o tres detalles maravillosos que suceden en cualquier partido y que pasan desapercibidos para el común de los aficionados, no para mi papá.
-¿Viste cómo le pegó Droguet? –me sigue preguntando todavía en medio de la aburrición de un Tecos–Puebla cualquier triste domingo por la tarde.
¡Click! Y el fotógrafo debe haberse retirado a revelar la imagen en algún misterioso cuarto oscuro en las entrañas del Estadio Azteca. Mientras la lluvia no caía y mi papá se llevaba a los labios ese Fiesta a medio morir, para rematarlo, como Fumanchú o Faria o vaya usted a saber quién, remató el centro de Reinoso.
Y el cigarro se consumió, como hoy se siguen consumiendo otros. Frente a tantos goles, como aquel del Misionero, como los de Cuauhtémoc o Biyik. Como los muchos goles que vendrán y que tendrán como telón de fondo nuestra foto en el estadio.