lunes, 2 de junio de 2008

Retratos de la Euro 2004 Parte Uno

Con la inauguración de la Euro 2008 a la vuelta de la esquina rescato estos breves retratos que muestran a algunos de los protagonistas de la edición pasada.

Dos ingleses y un silbante





Wayne Rooney, delantero centro.

Pertenece al tipo de personas (calculo yo el 3 o 4 por ciento de la población mundial) cuya fisonomía corresponde más al dibujo animado que a la especie humana. Rooney podría ser un cochino o un oso chico en una película de Disney. Un pequeño oso malo que al final se vuelve bueno.
Tiene la mirada segura del abusón del colegio, que siempre reprueba, pero que el día de hoy estudio. Rooney está seguro de que aprobará el examen. Como todo buen pendenciero tiene los ojos pequeños, como de rendija, para que, como diría Blades, no se sepa si está mirando.
No lleva diente de oro, pero no le vendría mal.
Pertenece a la especie de los Gascoigne, de los Stoichkov, de los Cantona, de los Blanco, de los Tofting y además lo disfruta.
Pide el balón con displicencia, como quien exige un trago más. Y cuando el balón termina en la red, corre festejando, como cuando huía después de alguna fechoría de su cercanísima juventud en un Londres de arrabal.

Paul Breen, hooligan.

De este señor existen mil rostros distintos. O tal vez dos.
En el primero lo podemos ver portando un cuadriculado saco de tweed y un pantalón con una caída, es cierto, algo imperfecta; corbata ancha y zapatos brillantes.
Su rostro es rosado y en algunas mañanas lleva colgado de la mejilla izquierda el beso de labial que su mujer le dio en la puerta de la casa.
Cuando ofrece los seguros de vida de Lloyds (esa es su ocupación), lo hace con una dulce sonrisa fresca y con esa dicción tan particular que tienen los habitantes del centro de Londres. Entre semana la sonrisa le alcanza de las siete de la mañana a las diez de la noche.
El segundo retrato del mismo hombre surge cuando el Fulham o la selección inglesa juegan un partido. Tres pintas de cerveza bastan para que la sonrisa mude a mueca agresiva, a gruñido. Los ojos se agrandan y brillan más. Es imposible, lo sé, pero el grosor del brazo, cual Hulk de color rosa, parece aumentar conforme transcurre el partido. Gane el Fulham o pierda la selección es lo mismo. Nuestro hombre, nuestros mil hombres saldrán a la calle a practicar su deporte favorito: atemorizar.




Anders Frisk, árbitro.

Lo que más le gusta a este silbante no es ser el juez central sino cuarto oficial y así mostrar el pizarrón eléctrico que anuncia los minutos de compensación, con una garbo y un salero dignos de Niurka.
Pero no, no es buen ejemplo la cubana. Anders Frisk es más Farrah Fawcett que Niurka. Más setentas que 2004. Cuando se acerca a la banda, con su pizarrón bajo el brazo, sonriente, como levitando y con su blonda cabellera moviéndose en cámara lenta, como en anuncio de Vanart, uno está mirando un clon de la esposa del hombre nuclear.
Lleva el cierre de la playera completamente bajado, anunciando un escote que, seguro, pondrá de muy mal humor a Pierluigi.