martes, 13 de septiembre de 2011

Lo pude todo donde nunca estuve



Un frgamento del capítulo 110 de El libro del desasosiego de Fernando Pessoa:









"Y entonces, en plena vida, es cuando el sueño gana grandes salas de cine. Voy por una calle irreal de la Baixa y la realidad de las vidas que no hay envuelve, con cariño, mi cabeza con un turbante blanco de reminiscencias falsas. Y así navego, en un desconocimiento de mí. Lo pude todo donde nunca estuve. Y es una brisa nueva esta somnolencia que me impulsa a caminar, echado hacia adelante, en marcha hacia lo imposible.



Cada cual tiene su alcohol. Yo tengo alcohol de sobra con existir."

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los brownies, fieles amigos de los escritores

Escribir es un sitio que para mí siempre se encuentra en el futuro. Un lugar que nunca sé si volveré a pisar. Una escalera que puede desmoronarse al siguiente paso.

Nunca he sentido la presencia de la musa ni esa voz que muchos dicen les dicta lo que escriben.

Para mí cada palabra puede ser la última.

Cuando lo que escribo no fluye bien (o cuando me encuentro con un bloqueo) envidio a los escritores que reciben ayudas externas para poder contar su historias. Entonces voy al refrigerador, abro una Guinness y recuerdo con una lagrimita a punto de brotar el caso de los brownies escoceses que ayudaban a escribir a Robert Louis Stevenson.

Los brownies son unos enanos que habitan en los bosques de Escocia. Tiene la piel peluda, ojos azules y poseen, por lo que se ve (y se lee), un gran talento literario.

En un artículo publicado en Scribner´s Magazine Stevenson, autor de La isla del tesoro y El doctor Jekyll y Mr. Hyde, aceptaba que buena parte de su obra fue escrita en realidad por un grupo de brownies amigos: "Hacen la mitad de mi trabajo mientras yo duermo, y con toda probabilidad, hacen también el resto cuando estoy despierto (...) El conjunto de mis ficciones publicadas debe ser producto exclusivo de algunos brownies que tengo encerrados en mi desván, mientras que yo recibo todas alabanzas".

Stevenson también afirmaba que los brownies le enseñaron un concepto fundamental que aplicó a su literatura: la de dosificar la información que el lector debe conocer, irla soltando poco a poco a lo largo del texto, mantener un hilo de tensión invisible que ayude a sostener la estructura del libro.

A cambió de su ayuda los brownies recibían unas cuantas pintas de cerveza. Los enanos y el escritor mantuvieron una relación tan estrecha que los habitantes de la isla de Tuamasaga, en donde se encuentra la tumba de Stevenson, aseguran que los brownies realizan una peregrinación anual desde Escocia para celebrar a su amigo y bailar noches enteras alrededor de su tumba.

Quién tuviera ayudantes así. De cualquier manera hoy por la noche, antes de dormir, abriré una Guinness y la dejaré como ofrenda para algún brownie que ande perdido por estos lares.



Con información de: Enanos y gnomos, Édouard Brasey, Morgana 2000


viernes, 9 de septiembre de 2011

16:20, Andalucy

Es martes, las tres de la tarde no deben estar lejos, ni a un lado ni hacia otro, y Pedro, después de terminar la talla de una pequeña escultura que parece una mujer negra, cuyas nalgas se llevaron el cincuenta por ciento del material, se dispone a realizar (si realizar es quedarse quieto y con la mente puesta en el infinito) la siesta vespertina. Hoy será corta porque cerca de las cinco tiene que verse con Raúl en un bar cercano a la Corredera.

Coloca la cabeza en la almohada y espera al sueño. Lo espera siempre con los zapatos puestos, como para que sus primeros pasos en los terrenos de las sombras sean firmes, nada vacilantes. Entrar de golpe en el sueño como entra el andarín al estadio en los Juegos Olímpicos, en medio de una ovación; o en este caso en medio del silencio, pero con la sonrisa en el rostro.

Así duerme Pedro con zapatos y riendo.

Suena el teléfono y antes del segundo ring ya sufre una taquicardia que amenaza con hacerle estallar el corazón. Aún no se acostumbra a ese horroroso timbre porque hace poco tiempo le instalaron el teléfono, tan poco tiempo en verdad, que sólo Raúl tiene su número.

-¿Eres tú? -Pregunta una voz de mujer. Mujer bonita, seguro.

-Sí, soy yo -responde Pedro a una de las pocas preguntas del lenguaje humano que tienen una única segura respuesta. Nadie puede ser otro.

-¿No estás que te cagas?

-Estaba dormido -responde el joven todavía entre sueños, mientras voltea a ver el reloj.

Las cuatro y veinte y Pedro aún no entiende de quién puede ser esa prometedora voz ni porqué debería estar cagándose.

La mujer bonita se ha quedado callada, pero del otro lado de la línea se escucha el sonido de una televisión encendida. Hay un diálogo de voces monótonas y grises, que hablan de una explosión y de un número indeterminado de muertos. Nada que ver con la voz de las dos preguntas extrañas: ¿Eres tú? ¿No estás que te cagas? Y que justo en ese momento agrega una más:

-¡¿Ya oíste?!

-No, no pude oír nada.

-¡Joder, Manuel! ¡Que los kamikazes del ejército rojo del Japón se han cargado las Torres Gemelas!

-No me llamo Manuel, soy Pedro.

-Yo soy Inma, disculpa, quería hablar con Mau, ¿no se encuentra? -Lanza su cuarta pregunta la voz pero ahora no pueden ocultar su vergüenza. Dice sin decir "Perdona, no era mi intención molestarte. Regularmente soy más seria, pero con esto..." y detrás de esos puntos suspensivos Pedro tendría que ver derrumbarse la torre norte del World Trade Center, como ahora mismo los ojos de Inmaculada lo están viendo.

-Vivo solo.

-Disculpa, tengo que colgar.

Pedro alcanza a escuchar que del televisor de Inma se escapa un ¡Oh, my god! de la transmisión original , seguido de un ¡Santo cielo! del presentador del telediario. Se recuesta de nuevo sobre el colchón y cierra los ojos, pero esta vez no puede reír, por su mente pasan cientos de avioncitos rojos con un punto negro, o negros con un punto rojo, que revolotean a un lado de la Estatua de la Libertad y del Empire State igual que lo haría un ejército de moscas sobre una gran mierda olvidada en la calle. En cada avioncito viaja un japonés de dibujo animado con los dientes apretados y dispuesto a todo.

En ese instante Pedro se da cuenta que es inútil dormir y decide salir a la calle para enterarse bien del asunto de los kamikazes de caricatura que han desatado el terror sobre las calles de Nueva York.