jueves, 13 de octubre de 2011

Marikillas y Doramoshos


Para José Ortiz Bernal, un grande.

En el verano de 2002 iba en un autobús de Córdoba a Sevilla cuando en la radio informaron que el Almería había ascendido a segunda división. Juan Pablo, el amigo con el que viajaba (de abuelos almerienses), se emocionó con la noticia y me contó la historia del Almería mexicano.
Me gustó el equipo y decidí que algún día ficharía en él. Me tardé más de un año en lograr mi propósito. De hecho todo estuvo a punto de frustrarse por culpa del presidente del club* quien no estaba muy de acuerdo con mi contratación.
El 4 de octubre de 2003 hice mi debut. En realidad nuestro Almería no es más que un equipo de amigos y sin embargo jugar allí ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida. No exagero si les digo que mi vida es otra a partir del momento en que coloqué por primera vez la camiseta verdiblanca.
Supongo que por eso le tomé tanto cariño al otro Almería (al verdadero). Comencé a seguir los resultados por Internet y sufrí mucho cuando en la temporada de 2005-06 se quedaron (nos quedamos) cerca del ascenso. Pero llegó el 2007 y el destino nos premio a ambos equipos: con el esperado ascenso y con nuestro triunfo en la Recopa del Ajusco (el único título que tenemos).
Cuando el Almería ascendió a primera división varios miembros del equipo hicimos una manda (¿se dirá así en España? Una manda es una especie de promesa) en la que nos comprometíamos a ir a un juego del Almería. A mí me tocó ¿la suerte? de ir al Barcelona – Almería de octubre de 2008. Fue un espantoso partido de cinco goles en el primer tiempo. Recuerdo que a Negredo lo expulsaron muy temprano por patear a Rafa Márquez. Los catalanes me veían muy feo enfundado en mi camiseta verdiblanca del Almería mexicano abucheando todas las jugadas blaugranas. Estoy convencido que esa noche fue el despertar de ese Barcelona que maravilló al mundo (¿por qué no se esperó una semanita?).
Todos los domingos a las 10 de la mañana comencé a seguir a ese equipo alegre y desenfadado. Disfruté el triunfo frente al Madrid, el golazo de Negredo en un extraño tiro libre, los enojos de Crusat, el golazo de Ortiz Bernal frente al Xerez en un momento muy complicado de la temporada y una remontada de película frente al Valladolid.
Y entonces fue que por medio de twitter contacté con José Ortiz Bernal, capitán del equipo. Un personaje que representa los mejores valores del futbol.
Un buen capitán debe ser un símbolo y desde la distancia puedo darme cuenta de que Ortiz Bernal es un símbolo que incluso trasciende los límites de la cancha. Me parece que nuestro capitán representa el alma de todo un pueblo.
A partir de ese contacto el cariño hacia el equipo dejó de ser “platónico” para convertirse en una realidad tangible. Se podría decir que a partir de allí me convertí en un almeriense con todas las de la ley. Además gracias a la red fui conociendo a muchos otros seguidores del Almería:

@Marikilla92, @Doramosho, @Kokesalbla, @ManuelSanchez___, @Amoreno_Ibiza, @ALMERIAUEFA, @r_almeria, @76AntonioVilla, @rehtafdogeht , @Bea_Butterfly y muchos otros que vienen y van.

Y me gustó seguirlos no sólo por el cariño al equipo que nos unió como un común denominador, sino porque detrás de esos nombres misteriosos descubrí lindas personas. Tomé café en las tardes de domingo con Manuel; gracias a las fotos de Antonio conocí a la invicta Vera; con Doramosho, Pablo y el otro Antonio les cobramos, de malas maneras, a unos deudores morosos de Nueva Jersey; lamenté derrotas americanistas con @r_almeria; fui testigo de mesas de madrugada arrasadas por María-kokesalba y compañía; leí los despotriques de Miguel Ángel con respecto al Barca; aprendí a manejar con Bea y viaje en un barquito con Marikilla.
Todo eso desde mi casa de la Ciudad de México.

Desde hace años me persigue la idea de un libro acerca de lo que significa irle a un equipo de futbol. Estoy convencido de que todos, futboleros y no, tenemos un equipo favorito, una idea de equipo por el que lo daríamos todo. Seguro mi caso es para estudio: a mis años me fui a enamorar de un modesto club, de una pequeña ciudad al otro lado del mundo. Sin embargo algo me dice que no estoy equivocado.
Y seguro que en unos días más, cuando por fin pueda caminar por la ciudad, cuando los nombres dejen de ir precedidos de una arroba, cuando insulté desde la grada al árbitro cabrón en turno, mi sentimiento almeriense crecerá aún más.

En fin, querida Almería, allá nos vemos.



*Dicho presidente no es otro que Enrique López Rull quien con el tiempo se convirtió en uno de mis grandes amigos y que estará conmigo en la próxima peregrinación a nuestra Meca, a nuestra Almería.