miércoles, 20 de marzo de 2013

El Síndrome García-García o la imposibilidad de utilizar el teléfono


 


Descubro en mi Time Line el siguiente tuit del escritor Jaime Mesa (@jmesa77):

“Me perturba recibir llamadas telefónicas y más, creo, hacerlas. Ya tengo una de esas fobias raras del siglo XXI?”

Y allí reconozco una de mis manías más representativas: el malestar que me inspira el teléfono.
            Yo tampoco sé qué odio más: si llamar o ser llamado. El caso es que todo lo que tenga que ver con el teléfono me parece repulsivo. Incluso el marcarlo.
            Una de las escenas que más recuerdo de los Sopranos es una en la que Tony descarga su furia contra un trabajador del Bada Bing que no sabe utilizar el aparato. Yo habría corrido la misma suerte que el triste Georgie. 


             

En una novela (inédita como casi todos mis textos para adultos) aventuro un probable origen para ese mal, que he bautizado como el Síndrome García-García. Me remonto a mis ancestros asturianos y su afición por la cría de las palomas mensajeras y sitúo allí el arranque de la fobia.
            El mal del vendedor, como también se le conoce a la dolencia, no es en sí una aversión contra el teléfono, más bien es un odio hacia la emisión y recepción de mensajes: una paloma imaginaria erró una entrega en el Gijón del siglo XIX, las consecuencias fueron nefasta para un tal García-García, y allí nació un desorden psicológico que se propagó hasta nuestros días.
            El que se crea inmune al síndrome, que lance la primera llamada. Muchos dejaremos el teléfono sin contestar.


*Sirva esta entrada para justificar futuros desencuentros telefónicos.
  

No hay comentarios: