Una nueva entrega de este
blog que nace a partir de un tuit. En este caso de @pavidonavido Luis Téllez,
poeta y especialista en literatura infantil.
Antes de continuar quisiera
hacer una distinción entre literatura e industria editorial. Son dos conceptos diferentes
que se complementan y sobreviven en perfecta simbiosis: no puede existir uno
sin el otro.
La literatura la
ejercen los escritores y en cierta forma los editores, mientras que la
industria editorial es todo aquello que se maneja entre despachos, contratos y
términos escabrosos como el precio de venta al público o el representante legal.
Una vez separados los conceptos puedo responderle a Luis
con una reflexión: creo que lo que tendríamos que aprenderle a la industria editorial argentina (y en general
a muchas otras industrias como la española, la alemana, la ecuatoriana o la
brasileña) es su vocación viajera, su búsqueda por hacer llegar al mayor número
de lectores el trabajo de sus escritores.
Mientras que las industrias que acabo de mencionar son exportadoras,
e incluso buscan la traducción de los libros que generan, la mexicana tiende
más a la importación.
Basta darse una vuelta por las librerías especializadas
en literatura infantil de la Ciudad de México para encontrar títulos de autores
de medio mundo, mientras que es prácticamente imposible hallar un ejemplar de literatura
infantil mexicana en una librería de Madrid, por ejemplo.
SM, Alfaguara y Norma, sellos que publican buena parte la
literatura infantil mexicana, son filiales de grupos editoriales extranjeros:
las dos primeras son de capital español, mientras que Norma tiene su sede en
Colombia. El catálogo de venta de estos sellos en México está integrado tanto
por escritores nacionales como extranjeros. Sin embargo son contados los libros
mexicanos que, en contraparte, integran el catálogo internacional de aquellas
editoriales.
Un ejemplo puntual de esto último son, por ejemplo, los
libros que ganan el Premio Barco de Vapor en su versión mexicana. A pesar de
contar con el aval que otorga un premio tan importante son ignorados por las
filiales de SM en América Latina y España.
Sucede entonces que escritores, ilustradores y editores
están creando libros mexicanos de calidad que, sin embargo, muy pocos conocen
fuera de aquí porque la industria editorial mexicana, esa que se maneja en los
despachos mantiene los contratos encerrados en un cajón.
I El Síndrome de Spielberg
Cuando un escritor firma un
contrato de edición en México se encuentra con una interminable cascada de páginas
y páginas llenas de cláusulas complicadísimas que incluyen apartados sobre
traducciones, libros electrónicos, soportes tecnológicos que aún no
se han inventado, derechos de imagen, película, serie de televisión, parque de
diversiones, qué hacer en caso de que a Spielberg le guste tu novela o cómo
gestionar la traducción al marciano moderno. En pocas palabras toda futura y
posible negociación queda pertinentemente pactada.
Por desgracia todo queda en el papel ya que en realidad
la editorial no hará el más mínimo esfuerzo para que el libro alcance horizontes
más amplios.
Una vez le pregunté al subdirector de una editorial cuál
era el mecanismo de su empresa para intentar traducciones o ventas de derechos
de los libros mexicanos en la Feria de Bolonia. Al principio me miró como si le hubiera
cuestionado por el sentido de la vida, y cuando por fin comprendió la pregunta
me respondió con suficiencia: "nosotros no llevamos sus libros a Bolonia". Sorprendido
le pregunté la razón por la que nos hacían firmar contratos tan complicados.
Entonces aquel hombre me volvió a lanzar una de sus miraditas, y
después me dio una enigmática respuesta: "Para protegernos".
II El hombre de los fierros
viejos.
Hace años, cuando comenzaba a
escribir, una vez que terminaba un texto procedía a esconderlo en un cajón. No
hacía nada por publicarlo. Mi madre, pendiente de aquel extraño gesto, me
invitaba a llevarlos a una editorial. Su lógica era aplastante y se sustentaba
en el hecho de que era muy difícil que por la calle pasara un hombre gritando
con la misma voz que el comprador de fierros viejos: ¡Se publican novelas de
jóvenes escritores!
Tenía razón, no abundan los editores de novelas que van
puerta por puerta en la búsqueda del nuevo Harry Potter. Mi madre, eterna ama de
casa, sabía, sin embargo, algo que el subdirector de una editorial
transnacional ignoraba (o fingía ignorar): el que no enseña no vende.
Volvamos al tuit que originó estas reflexiones. Luis
Téllez se refiere a los logros de Isol, ganadora del premio Astrid Lindgren
2013, y de María Teresa Andruetto, ganadora del Hans Christian Andersen 2012.
Premios muy merecidos, sin duda, y otorgados a obras visibles, no a fantasmas
escondidos bajo el peso de catorce mil claúsulas.
III
Los problemas y retos de la
literatura infantil mexicana y su inminente diálogo con el mundo dan para horas
y horas de apasionante discusión. El propósito de esta entrada fue únicamente el
de tratar de formular una idea más extensa de la que permiten los 140
caracteres del twitter.
Es cierto, en México hay mucho que aprender a los
argentinos, a los chinos, a los italianos, pero también hay una literatura
infantil vital y poderosa que tiene muchas cosas por contarle al mundo.