martes, 28 de mayo de 2013

Hoy es un mundo raro


Una breve crónica de lo que viví durante la final América - Cruz Azul


JUEVES

Hoy es un mundo raro.
            Se empieza a jugar la primera final en la que participa el América después de la muerte de mi padre.
            Hoy es un mundo raro porque pase lo que pase, al final de los noventa minutos me va a faltar algo. Dice Nick Hornby que presenciar un gol de último minuto que le dé el campeonato a tu equipo es algo que, si tienes suerte, vivirás una vez en la vida. Yo lo viví. Nosotros lo vivimos. Fue el 26 de mayo de 2002, el gol –en aquel caso de oro- lo anotó el Misionero Castillo y significó el campeonato.
            Los reunidos en la casa, cinco o seis americanistas, nos abrazamos en una piña eufórica en mitad de la sala. Un segundo antes de aquel cabezazo llevábamos trece años sin celebrar un campeonato; cuando el balón tocó la red ya éramos campeones.
El “aún no” contra el “ya está” del que habla Javier Marías en El tiempo indeciso, su cuento sobre goles y tristes novias balcánicas.
            La final no dura 180 minutos. Dura 4 días. Del jueves al domingo imaginando combinaciones, resultados, jugadas. Pero cuando por fin llegue ese “ya está” definitivo no sabré qué hacer. Y no pienso en la derrota porque “ese nunca fue” no entra en la ecuación que ahora me ocupa.
            Llegará el domingo, el árbitro silbará el final o alguien anotará un penal, el América será campeón y no tendré con quién abrazarme. Supongo que sentiré un poco de rabia porque mi padre ya no verá ese campeonato, no será suyo, no tendrá noticia de él.
            ¿Somos campeones después de muertos o tan sólo sombras que se arrastran por Comala?


A esta misma hora mi padre estaría llegando a mi casa. El perro enloquecería de gusto y entre los empellones del animal yo le ofrecería un trago: Presidente con coca, con suerte Terry. Abriríamos un jamón, picaríamos unas aceitunas y después surgiría un silencio incómodo. Las gotas que, mientras escribo estas líneas, caen sobre el techo –siempre la lluvia- nos echarían la mano.
            -Al América le viene mejor la cancha mojada –afirmaría mi padre convencido, y entonces el diálogo comenzaría, poco a poco, a levantar el vuelo.


Hoy es un mundo raro. Tan raro como puede serlo un mundo –un día- que quedará enlatado para siempre. Algunos de nosotros sabremos, en veinte años, qué estábamos haciendo hoy; qué Terrys hijos de puta no alcanzamos a tomarnos; cómo afectó la lluvia el desarrollo del partido; qué pasó en ese futuro que muy rápido se trasformó en después…
            Mejor abrir un jamón, picar una aceituna. Servirme un gin, con suerte Tanqueray.
            Con suerte.


SÁBADO

No hubo suerte. Por lo menos en los primeros noventa minutos de ese anómalo partido de cuatro tiempos. Un descuido en un tiro de esquina se transformó en un gol que no ha dejado de rondar por mi cabeza desde el jueves. A veces me parece una nadería muy fácil de remontar, a veces me parece una cuesta imposible.
            Ayer soñé con un partido en el que el Cruz Azul nos ganaba 4-1. Al final resultó una pesadilla de signo positivo porque por la mañana me sentía muy optimista pensando que si ellos nos habían metido cuatro goles en sueños nosotros, fácilmente, podíamos endilgarles otros cuatro en la realidad.
            Un gol, horrible y sin gracia, que me tortura como la gota del grifo al insomne. Tac, tac, tac, tac… paso de la negación a la duda, de la duda al desánimo y del desánimo al optimismo en ciclos de aproximadamente tres horas de duración.


Hoy ganaron los dos Almerías: nosotros 4-1 al Almagro, en el Ajusco, y los andaluces 3-0 al Alcorcón y de visita.
El Almería de allá se perfila como serio aspirante al ascenso a la Primera División de España –me parece que logrará con cierta facilidad el objetivo-, mientras que nosotros empezamos a levantar. Para hacer más grande la felicidad anoté un gol. Un penal bien cobrado: fuerte, raso, a la derecha del portero.  
No sé cómo interpretar tanta buena suerte. Miedo me da.


DOMINGO AL MEDIODÍA

Hoy es un mundo menos raro que el jueves. Vendrán dos amigos a casa a ver el partido: un cruzazulino y un neutral. Al final, insisto, no sabré qué hacer. No importa cuál sea resultado no sabré que hacer.
Derramar unas cuantas lagrimillas puede ser un buen plan.
Que sean de felicidad (y un poquito de rabia).



CUALQUIER DÍA EN HORA IMPRECISA

Hubo suerte y mucha: América consiguió el campeonato al ganar un partido escrito por un guionista loco, borracho y, lo sospecho, con poco camino recorrido en gestas futboleras.
            Al minuto 13 el América se quedó con 10 jugadores después de la expulsión de Molina por evitar una oportunidad manifiesta de gol. Expulsión injusta ya que Teofilo Gutiérrez, el ofendido, aún se encontraba a 30 metros del arco americanista y con varios defensas en clara posibilidad de frenarle el paso.
            Al minuto 19 Cruz Azul se fue al frente 0-2 en el global  convirtiendo la cuesta iniciada el jueves en un Everest con invierno crudo.
            De allí en adelante el partido cayó en un marasmo narrativo quebrado, solamente, por una grandísima oportunidad de conquistar el tercer gol por parte del binomio Teofilo-Jiménez. Al final el balón pegó dos veces en el mismo poste y yo empecé a creer en milagros.   
            Al minuto 89 Aquivaldo Mosquera puso las cosas 1-2 y le regaló al americanismo tres minutos de esperanza.
            Y entonces llegó el 92:22 y el 92:23 y el 92:24 y justo aquí un centro desesperado que remató, tendiéndose en el aire, Moisés Muñoz, el arquero del América que había recorrido el campo en busca de lo imposible. Gol de portero y tiempos extras en medio de un diluvio.
            Por eso me atreví a sugerir que el guionista de esta historia no era muy avezado en materia futbolística, más bien imagino que se crió en Hollywood, a la sombra de Superbowls de infarto y de Brads Pits que ganan la Serie Mundial en la novena entrada, en cuenta llena y con dos outs. Por que acá, en el futbol, ni los balones suelen rebotar en el poste de manera infinita ni los porteros anotan goles tirándose en plancha. Pero la noche del 26 de mayo del 2013 así sucedieron las cosas. Bendito guionista gringo de la Paramount.
            Durante los tiempos extras parecía que el América jugaba con 13 jugadores y el Cruz Azul con 8. Si no cayó el gol fue por las intervenciones de Jesús Corona, su portero.
            Y entonces llegó la serie de penales: Moisés Muñoz detuvo el primero y Miguel Layún –el jugador que ha soportado la campaña en redes sociales más agresiva de la historia del futbol mexicano- anotó el último. Justicia poética de un guionista que seguía haciendo de las suyas.
            Dice Nick Hornby… bueno ya saben lo que dice el inglés, su cita encabeza estas líneas. Llegó el final y yo, al contrario de lo imaginado, ante aquel nuevo gol que le dio el campeonato a mi equipo en el último instante, sí que supe que hacer: salí a la calle para que me mojara la misma lluvia que caía sobre el Estadio Azteca. Fuera de mí corrí por las calles con la mirada puesta en el cielo, mirando hacia arriba, hacia una luna que no existía, hacia la negrura y la humedad.
Gotitas iluminadas por la luz de los faroles.
Corrí gritando, recordando a mi padre y entonces sin rabia, creo, lo abracé.
           
Seguía siendo hoy, un mundo raro.



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