lunes, 19 de mayo de 2008

Desde los ojos de Lucas (Cuento)

Aquí les dejo el cuento con el que gané el concurso de Cuentos de Futbol del periódico Récord.
El juez fue Juan Villoro y esto es un resumen de lo que escribió acerca de la narración:

"...Una demostración de lo que la palabra hace por el futbol... el estilo del relato es poético, en frases breves, contundentes, llenas de alusiones sutiles. Por último es entrañable la idea del futbol como alimento de hombres solos..."


Desde los ojos de Lucas
por Juan Carlos Quezadas

Para Lord, porque es suyo.

No había ocupación mejor, en aquellas noches en medio del mar, que sentarse cerca de él a escuchar el partido.
Cada noche a las nueve.
Allí estábamos, apretujados en la estrechez de su camarote, doce, quince marineros de “La bicicleta de Colón”, a la espera del silbatazo inicial.
A veces el partido no empezaba a las nueve en punto. Había casos en que la lluvia, la niebla o algún problema entre las barras rivales retrasaba las acciones.
Un día, inclusive, un rayo que cayó sobre la techumbre del estadio provocó la cancelación del juego.
–Falta de garantías, el árbitro suspendió el partido por temor a que caiga otro rayo, las directivas se pondrán de acuerdo para reprogramar el juego –explicó Lucas. Después se volteó contra la pared y apagó la luz en un gesto que quería decir “Váyanse de mi camarote, dejen de molestar”.
Para eso servía el débil foco empotrado en la cabecera: para terminar las sesiones de futbol.
Nadie reclamó.
Con Lucas, como decía mi madre, poco y bueno.
No le gustaba escuchar las razones de los otros.
Era hora de dormir y la mayoría se fue directo al camarote común.
Unos cuantos, los más tristes, nos quedamos un rato en cubierta, con un cigarro entre los labios, rumiando lo vacía que era una noche sin futbol.


En época mundialista el barco era el acabóse.
Únicamente se narraba un juego cada noche y a veces no era el más atractivo.
Sin embargo a lo largo de ese partido se podían ir conociendo las incidencias de los demás encuentros.
Poco a poco, con la narración de Lucas, íbamos llenando espacios, armando el rompecabezas.
El acomodo de los grupos.
Las tablas de goleo.
Las futuras probables combinaciones.
Durante un mes, en el pizarrón de informes del capitán, iba apareciendo nuestra historia de la Copa del Mundo. Los mejores goles eran dibujados por el fino lápiz del cocinero.
–¿Quién juega hoy, Lucas? ¿Ya sabes? –preguntaba alguno al encontrárselo por la mañana.
–Portugal, España.
–¿Quién viene mejor?
Y ante lo que consideraba una insolencia, el cronista enmudecía y no había forma de sacarle más palabras.
Entonces comenzaba a crecer la expectación.
Españoles y portugueses que tenían guardia esa noche hacían lo imposible por cambiar de turno para poder escuchar el juego.
Se apartaban los tres bancos del camarote.
Se cruzaban apuestas.
–Van dos de Ferreira contra un kilo de gambas, voy España.
–¿Pagaderos al tocar tierra?
–Al tocar tierra.
Y los marineros estrechaban sus manos contando las horas que faltaban para el partido.
El día era largo. El sol un balón en cámara lenta que se negaba a perderse en el horizonte.
Pero llegaba el momento en que Lucas hablaba:
–Bienvenidos, escuchas, a la transmisión de Estados Unidos contra Corea. Tercer partido de estos equipos en la Copa del Mundo. Con cero puntos en su haber, ninguno de los dos tiene posibilidades de clasificarse …
Y entonces la rechifla estallaba dentro del camarote de Lucas pero él, sin inmutarse, continuaba sus palabras.
No había nada que hacer.
Una fuerza desconocida había decidido que hasta el barco llegara un partido sin relevancia en lugar de la exquisitez de España y Portugal.
Y a pesar de la decepción nadie se movía de sus lugares.
Todos permanecíamos a la expectativa tratando de cazar alguna seña que nos revelara lo que sucedía en el otro partido.
Una botella del peor ron del mundo circulaba de mano en mano, de boca en boca.
Cigarros no había porque al primer indicio de humo Lucas, estallaba en cólera.
Algunos festejaban con tímidos aplausos las llegadas de Corea. Pero el partido no daba para más.
Pasaba el tiempo.
–…tenemos información –decía Lucas cambiando el tono de sus palabras, –Portugal, por medio de Figo, ha empatado el partido a dos minutos del final. Portugal y España, en un trepidante encuentro, empatan, hasta el momento a tres…
Y la locura se desataba en el camarote y todos lamentábamos no haber podido escuchar aquel juego.
–Sun-Hong retrasa de cabeza al portero… –regresaba Lucas al tono lánguido –Ningún norteamericano hace por el balón… lo mejor que puede ocurrir es que el partido termine… ¡Cuatro!, sí señores, cuatro minutos de reposición, ¿para qué tanto?...
Pero nadie abandonaba su lugar porque un gol en el otro frente aún era posible.
Cuatro minutos después un árbitro griego decretaba el final y del España contra Portugal no había más noticias.
El foco de Lucas ya estaba apagado.


Odiaba el humo de los cigarros.
No le gustaba escuchar a los demás, ya se ha dicho.
Y ver no podía.
Lucas era ciego y los partidos que narraba no llegaban hasta su mente por vía de un transistor o de una antena o de una bola de cristal.
“La bicicleta de Colón” estaba siempre del otro lado del mundo (no importa qué mundo) y ningún gol podía llegar hasta nosotros.
Por eso los partidos de Lucas eran inventados.
Se jugaban en algún lugar de su fantasía y llegaban a la tripulación en forma de palabras.
Lucas era ciego desde los dieciocho años y en su vida sólo había visto tres partidos de futbol.
El primero entre los de su pueblo y el pueblo vecino: lodo y golpes.
El segundo en un pequeño estadio: tres a uno.
El tercero en la televisión de un bar: en su primer y último día como saca borrachos.
Al final del partido se armó una trifulca y una botella apagó la luz. Pero no la de un foco como el que anunciaba el fin de nuestras jornadas futboleras, la luz que se apagó fue la de los ojos de Lucas.
Y entonces se quedó un año tirado en la calle.
Y cuando se levantó aprendió Braile y luego Morse y se metió a Comunicaciones en la Armada y allí fue en donde escuchó todos los partidos.
Absolutamente todos los partidos.
(Sí, ése que estás pensando, también lo escuchó)
Miles de narraciones ilustradas en su mente por aquellos únicos tres juegos que vio alguna vez.
Del lodo, los golpes, el tres a uno y las repeticiones de la televisión salieron todas las jugadas que iluminaban las noches de “La bicicleta de Colón”.
Lucas era dueño de todo el futbol habido y por haber.
Por eso en el barco teníamos tres mundiales al año, dos Champions y un torneo de factura oscura en el que unos Indalos Verdiblancos contaban con los favores de Messi y Garrincha.
Nadie se atrevía a discutir la más pequeña de las invenciones de Lucas.
Una insignificante falta.
La peor de las injusticias.
Entendíamos que el balompié era ingrato.
Y allí, en medio de la nada, pasábamos las noches escuchando el mejor futbol de la historia, el mejor, eso es seguro.

1 comentario:

@Mariana_Ok dijo...

No tenía idea de qué escribir, ni de en cuál de los textos hacerlo. Elegí este porque me facilitó la selección de mis palabras y me sorprendió que no tuviera ningún comentario: No veo mucho fútbol, escucharlo me llega a aturdir, mucho menos juego; pero moriría por escuchar un partido de la boca de Lucas. Me hizo sentir la pasión por el fútbol, que el fútbol mismo casi nunca me hace sentir.
Me gustó, mucho. Gracias.