domingo, 11 de marzo de 2012

Trescientos metros más allá del Guernica de Picasso


Según mis cálculos debe de haber unos trescientos metros de distancia entre el Guernica de Picasso, expuesto en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, y el punto de la Estación de Atocha en donde explotó la primera de las bombas de los atentados terroristas del 11 de marzo.
Trescientos cincuenta metros a lo mucho.
Un estruendo como el de esta primera bomba asesina, puede escucharse más allá de un kilómetro, por lo que si los personajes que habitan el cuadro de Picasso pueden oír, es seguro que entonces habrán percibido el estallido.
Lo habrán escuchado ya dos veces, la primera en 1937 y ahora de nuevo en el 2004.
Trescientos cincuenta metros y sesenta y siete años de distancia, y sin embargo, el caballo que se encuentra al centro de la pintura sigue lanzando relinchos de dolor, y un hombre, desde el suelo, se sigue preguntando el porqué de aquel bombardeo, el porqué de todos los estúpidos bombardeos de la historia.
Tome usted la fotografía de Pablo Torres Guerrero aparecida en la portada de El País en la edición del 12 de marzo, colóquela junto a una reproducción del Guernica y comience la comparación: verá, casi en la idéntica posición del cuadro, es decir en el extremo izquierdo, a una persona que entre los brazos sostiene un cuerpo inerte; también será testigo de los muertos que yacen en el suelo, y de que en el lado derecho de ambas representaciones el cadáver de un hombre fue sorprendido en plena rutina de dormir o de ir a la escuela (lo primero en el cuadro, lo segundo en la foto) por el fuego que unos cobardes lanzaron contra su inocencia.
No voy (ni quiero) entrar aquí en el color de las bombas. La violencia es siempre una y es lamentable.
Lo cierto es que los atentados del 11 de marzo en Madrid; o los que se vienen cometiendo en Bagdad desde hace más de un año por soldados estadounidenses fueron matanzas profetizadas por millones de personas que salieron a las calles a decir NO A LA GUERRA, pero hubo quien no quiso hacer caso a la amenaza.
Como tampoco han querido hacer caso de los atentados que se acercan y que habrán de cobrar más víctimas inocentes como la del joven madrileño que no despertará de la cabeceada en el tren; como la del calvo habitante de Guernica que porta una inútil espada rota; como la de tantos iraquíes cuyas historias no habremos de conocer jamás.
Los fanáticos siguen sembrando el odio en nombre de la verdad absoluta y Sharon asesina a los líderes de Hamas y a quién se cruce por allí; y un misil acaba con una boda en Afganistán y Bush y su corte de iluminados pasan tranquilos el fin de semana en una casa de campo; mientras un caballo y un toro en blanco y negro quisieran abandonar una pintura que se exhibe en el segundo piso de un hermoso museo de Madrid para no escuchar nunca más el estruendo de las bombas por llegar.

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